Endika es de Navarra y vivió 35 años en solitario, en las montañas, teniendo la playa muy cerca -a unos 20 kilómetros- pero vivía e iba siempre a la montaña. De pequeño, de noche, veía la Vía Láctea con su abuelo y le preguntaba por ella. Su abuelo, que se llamaba Santiago, le explicó lo que es la Vía Láctea y su relación con el Camino. Desde el comienzo se propuso hacerlo, hacerlo desde Navarra, desde Roncesvalles. Ese deseo le acompañó siempre pero sólo a los 46 años tuvo la oportunidad de hacerlo.

Ahora es un peregrino experimentado, con muchos caminos a sus espaldas, que también acompaña grupos pequeños -aunque lo hace como un trabajo no remunerado- pero que aún entonces suele hacer el Camino Francés y desde Navarra. Puede aceptar acompañar un grupo desde León o Astorga, pero él comienza en Roncesvalles y los recoge allí. Desde hace pocos años, ha sumado al Camino Francés otras rutas o itinerarios del Camino de Santiago y también, siempre que puede, los recorre desde el inicio.

Hizo su primer Camino con una motivación de aventura pero, sobre todo, a causa de lo que le había contado su abuelo y la gente de su infancia. Lo hizo con un grupo de amigos, de un modo casi deportivo, pero decidió que quería repetirlo solo.

En 1992 hizo el Camino solo y desde su casa, como los peregrinos medievales, en su caso cruzando los Monegros. Había poca gente, atravesó los Monegros casi solo, sin marcas ni flechas. Y entonces se enamoró del Camino. Su amor por el Camino de Santiago es incondicional, le gusta todo: los diferentes meses del año, solo o con otros.

Endika creé que tiene un imán en el Camino. Desde el principio la gente solía acercarse a él para preguntarle por dónde ir, de algún modo se sintió nombrado guía, las contingencias que iban ocurriendo le hicieron sentirse capaz de empezar esa vía. Él no buscó ese trabajo, lo fueron a buscar, le propusieron ser guía y comenzó. Lleva dos años diciendo que lo va a dejar, pero no lo deja.

La motiva siempre la gente, tanto cuando va solo como cuando realiza un trabajo más asistencial, como guía, se siente un hospitalero ambulante que se ofrece para cualquier cosa. De algún modo esa ha sido su vocación toda su vida, porque hasta jubilarse estuvo en un albergue de juventud y también su mujer tiene esa vocación de asistir, de ayudar. Se conocieron siendo “boy scout” y toda su vida han participado en grupos de jóvenes, ella también es peregrina, hasta el 2008 hizo más de 20 caminos, él muchos más.

Frente a tanta gente que dice ir al Camino movido por una búsqueda interior, él no va a buscarse, ya se encontró, el Camino para él era un destino. Lo que encontró en el Camino fue lo que ya sabía que buscaba: su vocación, su destino. En el Camino encontró su sitio, su lugar, eso por cree que allí tiene un imán para los otros, porque él en el Camino está en su medio. Se reconoció de tal modo en el Camino que ha llegado a hacer 6 al año, ahora suele hacer 3 o 4 al año guiando grupos o en solitario.

Le afectan los cambios que se van produciendo en el Camino, ahora es demasiado fácil y la relación con él es diferente. Intenta vivirlo como al inicio algunas veces, por ejemplo haciéndolo en invierno, cuando hay menos gente, menos comodidades, más frío.

Tiene una buena amiga en Burgos a quien visita siempre, a través de ella entró en contacto con la asociación de Burgos y además le propuso que escribiese un libro de anécdotas del Camino. Él solía tomar notas pero nunca pensó en escribir hasta que se lo propusieron, finalmente escribió ese libro y luego un segundo: “Las sandalias del peregrino”.

El título de su segundo libro alude a un aspecto importante de su historia: siempre camina con sandalias. Es algo que viene de su infancia. Cuando era pequeño y vivía en la montaña utilizaba siempre sandalias, más tarde, con los “boy scout” intentó cambiar pero siempre caminó mal con las botas, de modo que volvió a las sandalias, incluso con nieve camina con sandalias. Cree que además es mejor, su mujer caminaba con botas y sufría de ampollas, pero cuando lo intentó con sandalias sin calcetines llegó a Santiago sin ampollas ni nada. Él ha subido picos de 3000 metros con sandalias.

Es el viejo modo de caminar, el de su infancia, pero él lo mantiene por comodidad. Tiene cuatro pares de sandalias que elige en función del tipo de caminata y siempre sin calcetines.

Tras tantos años en el Camino y tantos Caminos recorridos su opinión es que lo principal son las personas y la naturaleza.