La iglesia-colegiata de Santa María del Sar fue construida extramuros, fuera de la muralla medieval de Compostela, en un emplazamiento que posee una larga y profunda tradición compostelana. El barrio de Sar debe su nombre al río que lo atraviesa, paso y entrada de peregrinos provenientes del sur, aquéllos que recorren las rutas o vías conocidas como Vía de la Plata y Caminos del Sudeste.

La iglesia fue fundada en 1136 por Munio Alfonso, un antiguo miembro del cabildo de la Catedral de Santiago, fiel colaborador del obispo Diego Gelmírez y coautor de la Historia Compostelana. Nació como un priorato que debía servir como casa de retiro a canónigos de la Orden de San Agustín y su espléndida arquitectura románica fue terminada en el año 1168. Su origen relacionado con la Orden de los agustinos supone ya un importante vínculo con el Camino de Santiago, pues los agustinos tuvieron desde la Edad Media una importante presencia en las vías de peregrinación a Santiago.

Su arquitectura –en gran parte románica- posee una planta basilical con tres naves de cinco tramos organizadas mediante pilares compuestos y una cabecera con triple ábside. La parte más antigua corresponde a las capillas de la cabecera, iniciadas en el segundo tercio del siglo XII por un taller claramente influenciado por los que trabajaban en la catedral de Santiago. Los trabajos se prolongaron más de un siglo y es muy posible que su arquitectura no se concluyese hasta los primeros años del siglo XIII, debiéndose la finalización de la iglesia y de la construcción del claustro y de las dependencias monásticas a un taller compostelano claramente ligado al Maestro Mateo, autor del Pórtico de la Gloria.

De su exterior destaca, sin duda, la cabecera, que conserva un valioso conjunto de canecillos originales, canecillos figurados con figuras humanas, híbridos y figuras fantásticas. Asimismo, destaca la existencia de un gran sistema de refuerzo anexo al muro norte de la iglesia. Se trata de un sistema de arbotantes construido en el siglo XVIII para reforzar la arquitectura, es decir, con una función de estabilizar, pero en el que no se descuidó el aspecto estético.
El hecho es que, a pesar de la importancia que la institución y su arquitectura llegaron a alcanzar, durante parte del siglo XVI y a lo largo del siglo XVII la institución entró en decadencia, deteriorándose su arquitectura a partir del siglo XVII. Durante el siglo XVIII la iglesia-colegiata volvió a recuperar cierta relevancia, realizándose entonces algunas obras y reformas, así como la compra y encargo de muchas de las piezas que hoy se conservan en su museo anexo.

La peculiaridad que ha hecho famosa la iglesia es la inclinación de gran partes de sus muros y pilares -causada por un fallo en el contrarresto de las bóvedas laterales y por haber sido cimentado sobre un área pantanosa- lo que le ha da una apariencia de inestabilidad e inclinación que no deja de recordarnos a la célebre torre de Pisa.

Más allá de la anécdota de su inclinación, el amante del románico no puede dejar de complacerse con la riqueza y variedad de los canecillos de la iglesia, los capiteles del claustro y las numerosas laudas sepulcrales y sarcófagos de los siglos XII-XIV que atesoran sus crujías.