La peregrinación del siglo XXI es, sin duda, muy diferente a la de los tiempos medievales, pero hay un elemento en el que las dos experiencias parecen asemejarse: las emociones vividas y experimentadas durante el Camino y al alcanzar la meta. Por eso los peregrinos de hoy, a pesar de no haber corrido los mismos riesgos de quienes atravesaban Europa en la Edad Media, seguramente pueden reconocer sus propias emociones en los testimonios de la llegada al Monte do Gozo, el primer punto desde el que el peregrino podía ver la catedral de Santiago y sentir que finalmente habían alcanzado la meta.

Un buen ejemplo de las emociones vividas por los peregrinos en el Monte do Gozo es el relato de Laffi, peregrino a Compostela del siglo XVII. En su célebre guía, Laffi recuerda que tras lavarse en la fuente de Lavacolla ascendió hasta la cima del Monte Gaudio, desde donde pudo contemplar el tan “suspirado y aclamado” Santiago. En ese momento, cuenta, ante la vista de la ciudad se arrodilló y comenzó a llorar de alegría, al igual que sus compañeros, empezando poco después a cantar junto un Te Deum, aunque pronto hubieron de cesar porque la emoción y el llanto ahogaron su canto. Ese ritual descrito por Laffi, esa emoción, son los que se repitieron a lo largo de cientos de años y todavía hoy se repiten entre los miles de peregrinos que pasan por el Monte do Gozo, fuese cual fuese su origen o condición.

Otro relato que permite acercarse a la experiencia vivida en el Monte do Gozo, es el del peregrino alemán Hermann Künig von Vach, cuya peregrinación a Santiago tuvo lugar en 1495. El alemán cuenta cómo al llegar a este lugar: “… se alegran muchos esforzados compañeros de viaje, de disfrutar la visión de ésta (la ciudad de Santiago) sanos y salvos” y describe la subida al Monte do Gozo recordando que “para ello han tenido que subir a una montaña al lado de una cruz, junto a la cual hay un gran montón de piedras”.

Entre los peregrinos españoles, encontramos un testimonio muy interesante en la narración de Bartolomé de Villalba, peregrino a Compostela en el siglo XVI. El peregrino refiere con detalle los diferentes comportamientos que podían verse al vislumbrar la meta desde el Monte do Gozo, un lugar que era para los peregrinos como un puerto seguro para quienes transitan el mar. Así nos dice que había peregrinos que se recogían y daban las gracias a Dios, mientras otros explicaban y recordaban su Camino, citando los mejores hospitales o loaban a caballeros o cleros que les habían dado limosnas o ayudas, o bien recordaban las promesas de misas y oraciones que debían cumplir a su llegada.

Entre las múltiples tradiciones ligadas al lugar, a través de los relatos de peregrinación conocemos la costumbre de que quienes peregrinaban a caballo, desmontasen en el Monte do Gozo para continuar a pie hasta la catedral de Santiago. Fue éste el caso de comitiva de la reina Isabel de Portugal –la Rainha Santa-, de cuya peregrinación a Santiago de 1324 se conserva un relato que recoge cómo desde el Monte do Gozo marchó a pie hasta la tumba del apóstol. Otra figura regia que dejó tras de sí un relato de su peregrinación fue Alfonso XI, quien habría partido de Burgos para visitar la tumba del apóstol y según el relato: “fue de pie desde un lugar que dicen la Monjoya et entro asi de pie en la ciubdat et en la iglesia de Santiago”.

La alegría y la devoción que la llegada al Monte do Gozo provocaba eran tales que, en algunos casos, los peregrinos decidían caminar descalzos desde este punto, si bien algunos relatos de peregrinación muy conocidos, como el del alemán Rosmithal, se refieren tan solo a la tradición de descalzarse para entrar en la iglesia de Santiago.