La actual villa de Portomarín se levanta en el margen derecho del río Miño. Esta ubicación es reciente y se debe a la construcción del embalse de Belesar en 1955, embalse que hoy atraviesan los peregrinos y que obligó a trasladar sus monumentos pieza a pieza, así como a la construir nuevas casas para sus habitantes, quienes vieron a su antigua localidad hundirse bajo las aguas.

Portomarín alcanzó una gran importancia en la Edad Media a causa dos factores: el auge de las peregrinaciones a Santiago y su situación geográfica junto al río Miño. En la Edad Media, salvar un río como el Miño era cualquier cosa y quienes proveían a los viajeros y peregrinos de tal servicio tenían derecho a tasas o portazgos. Y así, en el origen del Portomarín medieval, encontramos a un cierto Pedro Peregrino y su congregación de religiosos especializados en la construir puentes y facilitar el paso a los peregrinos, quienes en 1126 se ocuparían de la reconstrucción del viejo puente romano y de la fundación del hospital Domus Dei. A finales del siglo XII, estas propiedades fueron donadas a la Orden de San Juan de Malta, Orden Militar que instituyó en Portomarín una importante encomienda (centro similar a un monasterio) para la que construyó la iglesia-fortaleza de San Nicolás. Ciertamente, sin los beneficios generados por el puente la Orden de San Juan de Malta nunca se habría instalado en la villa.

El centro de la villa actual está formado por las plazas que rodean a la iglesia de San Nicolás, que todavía hoy es el más famoso de los monumentos de la villa. Conocida también como de san Juan en relación a la Orden y encomienda, la iglesia-fortaleza de san Nicolás es un magnífico ejemplar románico, con dos portadas esculpidas atribuidas al taller del Maestro Mateo, autor del compostelano Pórtico de la Gloria.

Junto a la iglesia existían otras construcciones de la encomienda hoy perdidas: las conocidas como palacio y casas de la encomienda, en las que habitarían los monjes y caballeros de san Juan, así como un hospital de peregrinos dedicado a Santa María Magdalena, santa especialmente ligada a la peregrinación.

Todavía se conservan algunas casas nobles y dos pazos que fueron trasladados tras la construcción del embalse: el conocido como pazo de Berbetoros y la Casa del Conde o del General de la Maza. Y, asimismo, fue trasladada y conservada la fachada de la iglesia parroquial de San Pedro, con un espléndido pórtico románico.

Pero la arquitectura verdaderamente emblemática de Portomarín es su puente. Apenas se conservan algunos restos de la construcción de origen romano, que gran parte del año permanecen cubiertos por las aguas del embalse, pero son un testimonio suficiente de su grandeza de su monumental.

El puente, la encomienda de San Juan y las peregrinaciones convirtieron a Portomarín en una de las villas más ricas y florecientes del Camino, tal y como recogen admirados muchos peregrinos de otros tiempos. Así el francés Brosenval, quien pasó por Portomarín en 1532: “… bajamos a una villa fortificada llamada Portomarin, que se encuentra dividida por un río grande y ancho llamado Miño que se atraviesa por un puente de piedra grande y muy elevado”. Se muestran particularmente generosos los italianos: así Ballarini, monje italiano que peregrinó a Compostela en el siglo XVI, y retrató la villa como “Portomarín, villa muy abundante…”; Domenico Laffi en el siglo XVII, que alabó la riqueza de su río y sus excelentes anguilas; y todavía en 1718 Giacomo Antonio Naia se refería a Portomarín como: “Esta tierra es grande, como una ciudad”.   

Foto: Hemos tomado esta imagen del proyecto Commons Wikipedia, su autor es El fosilmaníaco.