Lorenzo Merín es uno de esos peregrinos a quienes el Camino ha cambiado la vida, alguien que no se cansa de decir que peregrinar a Santiago es la mejor terapia, porque sabe bien lo que eso significa. Además, es un peregrino que, a través del que considera el más gratificante de los trabajos, ha aprendido a respetar todas las modalidades de peregrinación, a perder los prejuicios hacia quienes no pueden enfrentarse solos o en cualquier condición al Camino.

Lorenzo acaba de completar los 100 últimos kilómetros del Camino Primitivo, lo recorrió solo y se convirtió en el primer peregrino post-Covid. Me dice que cree que una familia llegó antes que él a través del Camino Inglés, tal vez es verdad, pero, en cualquier caso, lo que sí sabemos con seguridad es que él acaba de recoger una Compostela tras caminar y alojarse al modo tradicional durante varios días.

-Lorenzo, para empezar: ¿Podrías comentarnos un poco cómo empezó tu relación con el Camino?

Soy de Albacete, manchego, y en 1993 participé en una iniciativa organizada por la Junta de Castilla-La Mancha: un grupo de jóvenes, 50 jóvenes nada menos. Por entonces yo tenía 18 años, fue un viaje muy barato, nos llevaron hasta O Cebreiro y desde allí caminamos. Teníamos el permiso para acampar junto a los albergues públicos y utilizar las duchas y, a cambio, ayudábamos en la cocina. Fue una experiencia fantástica. Recuerdo que ya el primer día, en O Cebreiro, sufrí mi primera “pájara” espiritual. Tras una educación religiosa en mi infancia, me había vuelto casi ateo, pero allí tuve un primer reencuentro con lo espiritual. Yo diría que mi relación espiritual con el Camino es que siempre me hace dudar sobre ese ateísmo.

La relación que tengo hoy con el Camino va más allá de lo vivido en esa primera experiencia. Verás, yo suelo referirme al Camino como un “hospital psiquiátrico ambulante”, porque creo que de algún modo cada uno va al Camino con sus cuitas, no sabes bien por qué vas, pero luego lo descubres.  En mi caso esta dimensión es fundamental: he vuelto al Camino en momentos de crisis, de dificultades, el Camino ha sido siempre mi mejor terapia.

-Después de esa primera peregrinación juvenil, ¿cuándo volviste a reencontrarte con el Camino?

A mi regreso de Santiago empecé mis estudios, estudié turismo y con sólo 21 años conseguí mi primer trabajo. No era satisfactorio y, tras pocos años, acabé dejándolo. Era 1998 y decidí que era un buen momento para hacer el Camino. Cogí el dinero que me quedaba y me marché a SJPDP, allí conocí a mi mejor amigo, Carlos, un hermano, brasileño, padrino de mi hijo, he estado 20 veces en Brasil, él aquí…   Después de ese Camino comencé a trabajar en agencias de viajes, pero todos los años cogía vacaciones e iba al Camino, sobre todo al Francés. En ese tiempo era gordo, llegué a ser obeso, hubo un Camino que casi tuve que abandonar, fue una derrota.

A un cierto punto, después de la muerte de mi madre, decidí ocuparme de mí. Dejé mi trabajo y me sometí a una operación para reducir mi peso. Era 2008 y, todavía recuperándome, regresé a SJPDP. Desde entonces todos los años recorrí el Camino. Justo el siguiente, en noviembre 2009, a mi llegada a Compostela acabé saliendo hasta muy tarde, estaba con un extranjero que quería marcha, bebí mucho y, cuando me quise dar cuenta, ¡estaba hablando con quien hoy es mi mujer y la madre de mi hijo! Sí, conocí a una gallega de Fene y en seis meses estaba viviendo en Galicia.

-Sí ese es un cambio importante, encontraste a tu mujer y te viniste a Galicia…

Sí, me vine a vivir. Al inicio haciendo trabajos que no me gustaban y siempre hacía lo mismo: los dejaba y me iba al Camino. En una de esas ocasiones vi a un guía turístico trabajando en el Camino, le pedí su tarjeta y le escribí… ¡y acabé trabajando con ellos! Ahora trabajo como guía turístico en el Camino, con grupos pequeños, sobre todo de peregrinos extranjeros y mayores, gente que no se atreve en su primera experiencia a caminar sola en España, o que simplemente no puede hacerlo por sus condiciones físicas. ¡Es increíble!, ¡me pagan por mi pasión!

Lo que más me gusta de mi trabajo son las historias, escucho historias de vida increíbles, en todos los caminos hay historias increíbles… Y hago amigos, nos conocemos y hacemos reflexiones por las noches. Además, es gratificante saber que muchos de ellos, después de esta experiencia, regresan solos o con amigos y familiares a hacer el Camino por su cuenta.

Gracias a esta experiencia he dejado de juzgar, creo que es importante no juzgar en el Camino, aceptar que hay tantos caminos como peregrinos y que es respetable siempre la opción de cada uno. Nos resulta difícil imaginar la experiencia de caminar en un país desconocido, quizás en otro continente, sin conocer la lengua, sin experiencias previas, con una edad o condición física determinada…  El Camino no debería ser un lugar para juzgar a los otros.

-Has recorrido muchos caminos, no sólo el Francés, y además de muchos modos diferentes…

Sí, por ejemplo, hice el Camino con mi hijo cuando tenía dos años y medio, hicimos sólo 100 kilómetros, pero fue increíble. Por otro lado, trabajando en el Camino a veces hago caminos muy largos, de meses, en Portugal, Francia, a través de España desde Andalucía… Pero siempre mantengo mis propios caminos personales, “mi camino de mochila”. Este año pude ir en febrero al Camino de Invierno y tengo una larga lista de caminos más desconocidos esperándome… Disfruto muchísimo de esas experiencias.

-Llegamos así a este último Camino, a esta experiencia extraordinaria de recorrer el Camino apenas el desconfinamiento lo ha permitido: ¿Por qué este deseo de hacer el Camino apenas fuese posible?

Mi experiencia ha sido la de millones de personas durante estos últimos meses. Vivo en un piso sin terraza, sin balcón… Y allí pasé estos meses encerrado, bajo la presión de las malas noticias continuas, en la tele, en los medios en general, escuchando cómo aumentaban las cifras de fallecidos, sin saber cuándo terminaría este período. En ese tiempo lo pensé y se lo dije a mi mujer: “el primer día que sea posible hago el Camino”. Primero pensé en hacer el Camino Inglés, pero luego esperé a que la movilidad entre provincias fuese posible… de modo que el Primitivo pudo ser mi opción. Hice un Camino con “sentidiño” y qué quieres que te diga: ¡No hay actividad más sana, ni más humana que ésta! El Camino es un lugar donde se puede ser humano por un tiempo y esa es la mejor terapia después del drama que hemos vivido.

-A los peregrinos que leerán esta entrevista les interesará mucho el lado práctico de tu Camino, cómo lo preparaste e hiciste posible, lo que has encontrado…

Para hacerlo posible lo fundamental era conseguir alojamiento, porque en ese momento todavía no era posible deambular sin tener un motivo. Cuando comencé podías ir a otra ciudad, pero por una razón o teniendo un lugar donde alojarte a tu llegada. Como conozco bien el Primitivo, pensé en varios lugares que conozco entre Lugo y Santiago, lugares donde quería dormir: elegí los alojamientos y ya fue suficiente para poder partir. Pero este fue mi caso, a partir del día 21 ya no habrá estos problemas.

Aclaro aquí, eso sí, que creo que no he sido el primer peregrino, una familia de Ferrol llegó antes, aunque pienso que ellos durmieron en casas de amigos y familiares y no en albergues. Yo traté de utilizar albergues o alojamientos más vinculados al Camino y la verdad es que lo conseguí, al final del día me encontraba con la acogida de siempre. No sentí miedo ni nada, en el Camino hay la distancia social que quieras, tomé todas las precauciones necesarias: mascarilla, geles…

-¿Encontraste la oferta hostelera necesaria?

Sí, en general no tuve problemas, aunque en comparación con cualquier Camino anterior -a pesar de que he caminado mucho en invierno- esta breve peregrinación fue muy solitaria, con casi todo cerrado… En una etapa fue difícil encontrar dónde comprar agua, no podías como en el pasado recurrir a la gente de las aldeas… o tal vez sí… A mi paso me encontré con dos reacciones opuestas: a veces se alegraban mucho de verte y otras mostraban miedo.

Me orientó mucho la información de alojamientos de Gronze. Algunos de los albergues y casas rurales estaban abiertos, muchos de ellos estuvieron ayudando y alojando a gente durante todo el confinamiento, a personas que trabajaban en servicios básicos.  En esos alojamientos me sentí muy seguro, he visto que la gente está aplicando toda la normativa. He dormido dos noches en una habitación y una en un albergue, en el albergue me dieron todas las facilidades, se han adaptado superbién. Están todos adaptándose y deseando volver a poder trabajar.

-Para terminar, querría una reflexión más personal: ¿Qué sentiste en este Camino?, ¿qué pensabas o sentías mientras caminabas?

Me sentía feliz, poco a poco sentí cómo una especie de sentimiento de prisión que tenía desaparecía, ¡me sentía libre caminando por los montes! Pero a la vez era todo muy extraño, porque estaba solo caminando, sin un minuto de conversación. En este sentido los alojamientos fueron muy importantes, me sentí muy bien al llegar a los lugares donde dormía, incluso he hecho amigos, creo que he creado una amistad en cada sitio donde dormí.

Algo que quiero apuntar y me llamó la atención es que el Camino estaba limpísimo, se nota que no lo hemos ensuciado por mucho tiempo, hay algo que aprender de esto.

Y luego, la última mañana, antes de salir a caminar me emocioné mucho, lloré sin cesar antes de salir… Luego en Santiago también me emocioné un poco, pero extrañamente no fue lo mismo, me emocioné más al partir por la mañana sabiendo que llegaría a la meta. ¿Por qué? Recordé mis inicios en el Camino, recordé, por ejemplo, cuando la gente de los pueblos que te daba agua o indicaciones, te pedía que a cambio pensases en ellos al llegar: “¡Acuérdate de mí cuando llegues a Santiago!” Me acordé de todas aquellas personas y de todas las personas que he encontrado después en el Camino.

Ha sido un Camino solitario, pero con la acogida de siempre, ¡la mejor terapia después de lo que hemos vivido!