Su primer Camino fue cuando tenía 56 años, edad a la que pudo jubilarse. Quería hacer algo nuevo y que le distrajese en ese momento de cambio, había trabajado 40 años del mismo modo y en ese momento quería probar a hacer algo diferente. Conocía la existencia del Camino porque había escuchado a un amigo hablar de su experiencia, también algo en la televisión, de modo que finalmente comenzó a informarse.

Inició su Camino en Saint-Jean-Pied-de-Port, a donde llegó con un billete de vuelta. En ese Camino llevaba todo muy bien organizado, pero finalmente en lugar de los 30 días programados terminó muy rápido. Le gustó todo de esa experiencia pero a la vez cree que fue muy deprisa, que no lo disfrutó con la calma de otras experiencias posteriores. De esa primera experiencia recuerda el entusiasmo, le gustó mucho sobre todo hasta León, un tramo en el que le pareció fácil socializar.

Era verano, finales de agosto. La experiencia le gustó muchísimo, se sentía libre, decidía todo, cuándo caminar cuándo y dónde parar… con una guía descargada de la red como único apoyo [www.pellegrinibelluno.it]. Ya en ese primer Camino acabó por no hacer muchos planes y parar allí donde le gustaba lo que encontraba y, eso sí, siempre en las ciudades como Burgos o León, donde había muchas cosas que visitar. En esa experiencia ya surgió su modo de peregrinar: hacerlo a su aire, sin criticar ni juzgar a nadie, si los otros caminan o no, cargan sus mochilas o no… Siguió su ritmo y finalmente llegó cinco días antes de lo previsto a Santiago, donde esperó la llegada prevista de su mujer.

Al año siguiente se organizó de nuevo para regresar al Camino. Esta vez con otro italiano a quien había conocido en el Camino, de la Emilia Romagna, los dos decidieron recorrer el Camino Norte desde Irún. Comenzaron como en su experiencia anterior, muy rápido, pero pronto empezó a cuestionarse sobre esa prisa y comenzó a caminar más despacio: quería “saporare” (degustar) el Camino hasta Santiago. Ese Camino fue un gran placer y, en concreto, recuerda un lugar: Miraz.

Por un pequeño problema de salud no pudo caminar al año siguiente, pero sí en 2016, cuando volvió a peregrinar con su amigo de la Emilia Romagna, esta vez en Italia: la Via Francigena. La recorrieron a lo largo de todo el territorio italiano, desde el Gran San Bernardo. De los lugares y recuerdos señala Val Promaro, con un hospital de donativo muy hermoso antes de Luca, y la llegada a Roma que es muy hermosa, el descenso desde Monte Mario con vistas al Vaticano.

La experiencia tuvo diferencias y semejanzas con el Camino de Santiago, en particular recuerda que habían mucha menos gente y que casi todos eran italianos, pero también encontró algunos extranjeros, por ejemplo españoles, entre los que recuerda a uno llamado Jesús.

El año pasado hizo el Camino Portugués. Siguieron el Camino Central desde Lisboa, desviándose a Fátima y a visitar Coimbra, y luego, desde Porto, tomaron el Camino de la Costa hasta Vigo. Le gustó también la experiencia, el mar, el paisaje y de Portugal recuerda la buena comida, el bacalao, y además su buen precio.

Este año acaba de recorrer la Via de la Plata desde Sevilla, un Camino largo y duro que, sin embargo, no le bastó, de modo que siguieron luego a Fisterra-Muxia. En realidad no era la primera vez, en sus otros caminos también continuó hasta la costa. Para él el final del Camino es llegar al océano, lo es desde el comienzo, la ciudad y santuario de Santiago tienen importancia pero siempre sigue.

Ha hecho todo este recorrido caminando con deportivas, buenas, que protegen bien, las prefiere a las botas. No ha sufrido ningún problema a pesar de la distancia recorrida, el resto del año suele caminar pero nunca realiza una preparación profesional. Tal vez el primer año, de hecho vino tan preparado que por eso avanzó tan rápido y casi no sintió el Camino por el cansancio al que llegaba.

Frente a su primera vez, ahora viene al Camino sólo con un billete de ida, dejando la compra del billete de vuelta para los últimos días, unos diez días antes más o menos.

En cuanto a su forma de peregrinar, a veces prefiere estar solo y buscar un poco de recogimiento, y también le gusta el cambio que supone respecto a su forma de vida habitual, la experiencia de vivir sin muchas cosas. De hecho, cada año al hacer la mochila se da cuenta de que puede prescindir de algo más que el año anterior.

En su opinión la experiencia que se vive en el Camino con la gente es casi demasiado perfecta. Vives de acuerdo con todos, todo el mundo parece quererse en el Camino, pero no hay que olvidarse de que es una utopía. Hay que conocerse poco para creer que se puede vivir de ese modo siempre, solo con las cosas y aspectos positivos, por eso la dificultad está en el retorno, cuando vuelves a casa tienes que poner a prueba que lo que has vivido y si puede servirte para algo en el mundo real, con sus cosas buenas y malas. Hay que tratar de quedarse con las cosas buenas que se encuentran en el Camino e intentar llevarlas a lo cotidiano, pero las que sea posible, no creer utópicamente en imposibles.

Resume su experiencia, todos sus Caminos hasta ahora diciendo: lo que ha ocurrido es que se ha abierto una nueva ventana en mi vida, una ventana a la que de vez en cuando quiero asomarme.