Me llamo Adela y soy una chica madrileña de 40 años. He hecho 5 veces el Camino sola desde 2015. Diferentes recorridos y duraciones pero un denominador común: siempre el Camino me ha dado lo que necesitaba en ese momento.

  1. PRIMER CAMINO. VILLAFRANCA DEL BIERZO-SANTIAGO DE COMPOSTELA.

Hay una parte de mí que le encantaría comenzar su testimonio diciendo que la primera vez que me lancé a hacer el Camino fue por una búsqueda espiritual o de conexión con algo superior. Pero no, esa no fue la motivación. Era algo tan mundando como que había dejado una relación y según leyendas urbanas, o te vas a Ibiza o al Camino de Santiago. Yo opté por lo segundo, pero porque me parecía que “quedaba como de más centrada” y sobre todo porque era algo que podía hacer sola sin sentirme sola.

De este modo, en 2015 cogí mi mochila de 60 litros, peso que he ido reduciendo en los siguientes Caminos, y me fui en autobús a Villafranca del Bierzo. En este Camino, conocí a dos hermanas canadienses de unos 65 años que iban con sus mochilones haciendo el Camino desde Saint Jean. Coincidí con ellas en el primer albergue y así en los sucesivos hasta llegar a Santiago. Fueron como mis hadas madrinas. Ellas madrugaban mucho, no como yo que me lo tomaba con calma. Ellas tenían familia italiana y no tardaron en apodarme “la principessa”.

Mi primera etapa era de Villafranca a O´Cebreiro, e ilusa de mí pensé que saliendo a las 9 de la mañana con mi mochila de 60 litros y parando a comer a las 15h y descansando todo lo “descansable”, llegaría sin problemas a O´Cebreiro. Craso error. Comenzando el ascenso me sorprendió la lluvia y ya no podía con mi alma así que acabé haciendo noche en La Faba. Y oh, sorpresa, allí estaban mis hadas madrinas pero ya duchadas y con casi todo hecho.

Al día siguiente vi claro que eso de ir con el mochilón no tenía ningún sentido. Así que me tragué el orgullo que me dice “yo puedo, yo puedo” y desde ese día envié muy dignamente mi mochila en taxi en todas las etapas. Era lógico, que estas recias hermanas eligiesen ese apodo para mí, una chica de 35 años que hacía el Camino mandando la mochila en taxi.

Pero una de las cosas que más me sorprendió fue cuando cada mañana, muy dulcemente, una de ellas se acercaba a mi litera, me acariciaba la mano y me decía “Buongiorno principessa”. Siempre había soñado que esa frase me la diría un hombre del que estaría profundamente enamorada. He ahí mi sorpresa y cómo el Camino empezaba a enseñarme cosas. Que el AMOR es algo más que tener novio y que hay mucha gente que te puede dar cariño.

Podríais pensar que este mensaje se me quedaría grabado para el futuro. Pues no, he vuelto a caer en el mismo error de creer que es un novio lo que me puede hacer feliz. Pero continuemos…

En este Camino también conocí a un grupo de gente joven con el que me reí y disfruté pero de la misma forma que lo hacía fuera del Camino. Es decir, desde el plano más superficial. Tomando algún chupito de licor de hierbas entre etapa y etapa y cosas de ese estilo. Pero en mí ya empezaba a sentir esa dualidad. Cuando acababa la etapa solía ir a la misa del pueblo y ahí me encontraba con mis hadas madrinas y me sentía muy en calma, pero después cenaba con este grupo y es cuando caía algún chupito. Este ambiente me era familiar pero no me sentía igual que con ellas.

Finalmente llegué a Santiago. Llegué sola porque el último día sentía que no quería más ruido dentro de mí. Entrar sola en Santiago fue duro para mí. Me sentía muy chiquitita, dejada de la mano de Dios. No sonaban gaitas ni había nadie a quien abrazar. Estaba sola. Sola conmigo. Sola con mi mayor miedo, la soledad.

Entonces me senté en los escalones de un lateral de la Catedral, llorando como una magdalena. Y de repente, sentí que me tocaban el hombro y ahí estaban ellas, mis hadas. Las abracé fuerte, fuerte y fue el mejor regalo que pude recibir ese día. No necesitaba gaiteros ni fuegos artificiales. Solo cariño sano, auténtico, sin buscarlo.

Esa noche no quise celebrar la llegada con el grupo. Me fui a tomar algo con ellas porque era donde me sentía en paz, donde me sentía que era Adela, sin forzar, sin fingir, tan solo siendo. Pero ahí no acabó la noche. Después me uní al grupo y nos fuimos de copas.

Todo esto es un espejo de mi vida. Cómo hay momentos en los que me siento en paz conmigo pero después la cabra tira al monte y vuelvo a repetir cosas que no me dan serenidad.

Sería bonito decir que este fue el Camino del “despertar” pero creo que no es justo ponerle un título tan grandilocuente. Digamos que empecé a ver cosas pero seguía, y aún a día de hoy a veces sigo, dormida.

  1. SEGUNDO CAMINO. SAINT JEAN PIED PORT-LOGROÑO.

Al año siguiente, 2016, seguía sin novio, así que el plan del Camino volvía a cumplir su función. Un plan que puedo hacer sola sin sentirme sola y encima se conoce a gente interesante. Como veis, mi motivación continuaba sin ser muy trascendental.

Esta vez partí desde Saint Jean Pied de Port con la intención de finalizar en Logroño.

Este es el Camino que recuerdo con más cariño porque pude sentir el AMOR de principio a fin.

Continuaba con mi mochila de 60 litros, pero ya la enviaba desde el primer día en taxi. ¿Para qué forzar?

Subiendo los Pirineos rumbo a Roncesvalles conocí a David, un valenciano con el que compartí todo el Camino y que me dijo las cosas más bonitas y sinceras que nunca había oído ni sentido antes. También conocí en esa subida a Guillerme, un brasileño con el que la conexión y la complicidad ha perdurado hasta el día de hoy. También conocí a Ana y Victorio, un matrimonio de unos cincuenta años que también me dieron mucho cariño.

Recuerdo que hasta Pamplona el paraje había sido idílico, todo verde, fresco, pero después comenzó a aparecer el secano riojano. Andando con David dijo una gran frase “en el Camino como en la vida, hay etapas que son una mierda”. Y tenía toda la razón del mundo. La vida son etapas y algunas son frescas y llenas de vida y otras secas y duras. Pero ahí estábamos. Solo había que seguir andando. Pasar etapa a etapa con lo que nos trajese el Camino.

Y cuando estábamos David y yo, a las cuatro de la tarde en pleno mes de agosto, en medio de un secarral sin agua, nos resguardamos debajo de unas cepas porque yo veía que me estaba mareando. Entonces, sin venir a cuento, va David y me suelta, “pues la verdad es que es muy fácil quererte”. Yo me quedé en shock, le miré y me puse llorar y llorar. Y lo que me vino a la cabeza fue “¿pero por qué?, si no he hecho nada…”

Ahí estaba la cuestión. Me paso el día haciendo cosas para que los demás me quieran. Adaptándome a ambientes que no me llenan, mostrando a las parejas que he tenido lo que pensaba que a ellos les podía gustar, esforzándome en hacer cursos de lo más variopinto, bailando tango, jugando al fútbol,… todo un esfuerzo en tener un currículum excepcional que mostrar al mundo para decir “¡mirad cómo molo!”, “te gusto, ¿verdad?”, “con todo esto que hago ¿cómo no me vas a querer?”

De ahí mi sorpresa, que siendo Adela, sin esforzarme, sin hacer el pavo real, iba un chico que sin ningún tipo de interés y sin conocerme de nada, me decía a los cuatro días que era muy fácil quererme. Aún a día de hoy, cuando recuerdo sus palabras, sigo sorprendiéndome. Y me sorprende que me sorprenda.

En este Camino compartí muchos momentos con David y Guillerme, muchas confidencias, risas y lágrimas, la lluvia de estrellas de San Lorenzo, unos encierros en Estella, canciones “Everything is gonna be all right”, bromas como cuando decíamos que íbamos a ser “bad peregrins”. Y todo desde la más profunda inocencia, autenticidad y transparencia. El Camino nos había unido y a mí me enseñó lo que era la AMISTAD, el AMOR EN ESTADO PURO.

  1. TERCER CAMINO. SARRIA-SANTIAGO DE COMPOSTELA.

En este recorrido por mis Caminos, llegamos al año 2017. Seguía sin novio. Este dato como podéis comprobar seguía siendo importante como factor de decisión. Ya sabéis… la cabra y su monte. Se podría pensar que con lo aprendido y vivido en los anteriores Caminos iba a partir desde otro escaque. Pues no. Seguía queriendo hacer algo sola sin sentirme sola, y a eso le añadía que como lo que había vivido el año anterior había sido tan bonito, pues quería que se volviese a repetir.

Craso error. La magia no se puede forzar porque si no es simplemente un truco.

Este año partí desde Sarria, ya con una mochila de 30 litros. Algo había aprendido y esta vez con la intención de llevarla conmigo.

Este Camino es un ejemplo de cómo se pueden mancillar hasta las cosas más puras.

El primer año cuando había llegado a Sarria, noté cómo de repente comenzaba el ruido, la paz de los días anteriores se había desvanecido. Este año quise empezar en Sarria porque mi plan era llegar a Finisterre. “Mi plan”. ¡Qué incoherencia hablar de “mi plan” en el contexto del Camino!

Cuando comencé a andar ese primer día, ya habían transcurrido 10 km y no había conocido a nadie. Me empecé a agobiar. No por andar sola sino porque “mi plan” era reproducir lo que había vivido el año anterior. Es como si quisiese que las mismas personas estuviesen ahí conmigo, o tal vez, que la complicidad y el cariño tan puro que había sentido volviesen a aparecer.

Así que vi a un grupo que venía hablando y me presenté. Lo hice desde la ansiedad, desde el miedo a que no saliese “mi Camino ideal”.

Como podéis imaginar, la cosa no salió bien. A los pocos kilómetros ya me estaba arrepintiendo de haber forzado ese encuentro. Sentía ruido, agotamiento. Volvía a forzarme por encajar, por no sentirme sola, por cumplir con ese ideal de lo que creo que me va a hacer feliz.

Ellos eran simpáticos. El problema era yo, no ellos. No quería estar hablando de cosas superficiales, ni hacerme la “maja”. En el fondo quería silencio, hacer el Camino sola. Pero creo que hasta me daba miedo contemplar esa opción aunque mi cuerpo se revolvía a más no poder.

De este modo me encontré con otra situación que me era muy familiar fuera del Camino. Me esfuerzo por encajar en grupos, por gustar, cuando ni siquiera me planteo si es eso lo que yo quiero. Si esa persona me importa de verdad. Lo único que me guía es que me quieran, que me acepten.

La noche en O Pedrouzo me sentía profundamente triste. La iglesia con su preciosa concha estaba cerrada, por lo que no pude ir a la misa tal como había hecho el primer año con mis hadas madrinas. Y no tenía a David y a Guillerme para llegar juntos a Santiago. Estaba de nuevo sola. Sintiéndome sola.

Esa noche tuve una gran conversación con mi madre. Entre sollozos le decía que no quería llegar sola a Santiago. Y me dijo muy sabiamente: “Cuando llegues a la plaza del Obradoiro vas a hacer el favor de mirar alrededor. Dudo que me puedas decir que estás sola. Simplemente estarás con personas que no conoces”

Y es que al final, es eso. Nunca estamos solos. En este momento no contemplaba a Dios, pero aún así, siempre hay gente aunque no la conozcamos. Y es mejor llegar sola y en paz con una misma, que rodeada de un grupo con el que no has sido auténtica y te has desgastado para que te aceptasen sin tú tener ningún interés limpio por conocerles de verdad (ni permitir que te conociesen).

Finalmente, llegué a Santiago, sola, en paz, hasta había gaiteiro. Y tal como dijo mi madre, en el Obradoiro no cabía una aguja.

Pero “mi plan” era llegar a Finisterre. A mi cuerpo no le apetecía, pero para qué iba a escuchar-(me).

Así que al día siguiente partí rumbo Finisterre. Estoy en muy buena forma física, por lo que mi cuerpo suele responder bien y le fuerzo aunque pida a gritos que pare. Así que… en esta ocasión, el Camino me paró. Es muy cierta la famosa frase “el Camino te da lo que necesitas”.

En ninguno de los Caminos que he hecho hasta hoy me ha salido la más mínima ampolla. Y en esta ocasión no fue eso lo que me hizo parar en seco, sino un golpe de calor brutal.

Conseguí llegar a Negreira a duras penas. Allí tuve que cogerme un hotel y meterme en una bañera con hielo. Estaba desolada, “mi plan” se venía abajo. Después de haber pasado cinco días horribles hasta que llegué a Santiago, porque me parecía poco y triste empezar en Santiago y andar solo cinco días hasta Finisterre, cuando esa era mi ilusión de verdad ese año, ahora resultaba que en la primera etapa tenía que parar.

Entonces comencé a sentir ansiedad, me sentía sola, desvalida. Estaba a 21 km de Santiago pero me sentía abandonada, desolada, como si estuviese en un país tercermundista. Estuve hablando con Guillerme que estaba en Brasil. Me sentí apoyada y recogida como si le tuviese al lado. Me dijo que me diese tiempo, que descansase y que luego ya decidiese.

Pero no, “mi plan” se estaba desmoronando. Sentía vértigo, nervios, ansiedad. Solo quería huir.

Y así hice. Huí. Al día siguiente cogí un autobús a Santiago y cuando iba de camino ya empecé a sentir un vacío dentro de mí.

Aquí estaba otro aprendizaje. Cuando las cosas no salen como yo las planeo, cuando no controlo todo y a todos, siento miedo, pánico y huyo. También suelo disfrazar la situación para que de cara al exterior “mole” o no quede yo tan mal. El problema no era el golpe de calor. Eso era solo la excusa. La excusa para abandonar cuando ni siquiera debía haber comenzado y también para no permitirme parar y darme la calma que mi cuerpo me rogaba desde hace días. Pero quedarse un día en Negreira no era “chulo”, no era “mi plan”.

Mi madre fue un gran apoyo. Me sentí muy comprendida. Y por supuesto, mi amiga Gema, con la que en la distancia he andado cada uno de mis Caminos y que creo que la pobre es como si los hubiese recorrido ella de toda la guerra que le he dado (y le sigo dando).

Al año siguiente paré y me eché novio. Parece ser que al tener novio ya no había razón para hacer el Camino. Creo que seguía (y a veces sigo) sin enterarme de qué va “eso del Camino”.

  1. CUARTO CAMINO. ASTORGA-PONFERRADA-MOLINASECA-PONFERRADA-O´CEBREIRO-SARRIA-PORTOMARÍN-SARRIA-SANTIAGO DE COMPSOTELA.

En agosto del 2019 seguía con el mismo novio pero este año sí que decidí volver al Camino. La razón no es todo lo limpia que me gustaría ya que él estaba fuera de España en verano así que, con novio pero de nuevo sola. Y ahí siempre estaba el Camino para acogerme. Este año comencé en Astorga con idea de llegar a Santiago. Y llegar, llegué… pero en tren. La verdad es que este Camino no tuvo desperdicio.

Creo que al tener pareja había una parte de mí que se sentía más relajada, ya que creía haber llenado ese vacío que sentía al estar sin novio. Al menos ese ruido se silenció y entonces fue cuando pude escucharme ya que mi atención no estaba dispersa en “el afuera” y dediqué toda mi energía en “el adentro”.

Tenía mi viaje a Astorga perfectamente planeado con la combinación de trenes de Madrid-León y León-Astorga comprada y británicamente calculada. Pues bien, dicen que el Camino comienza desde tu casa y no desde el punto kilométrico en el que comienzas a andar, y no puedo estar más de acuerdo.

Unas horas antes de salir hacia Chamartín me llega un mensaje avisándome que se va a producir un retraso de dos horas en la salida de mi tren a León, por lo que ya perdía la combinación.  Creo que no había aprendido bien la lección de que no puedo controlarlo todo, así que sin salir de casa ya me lo recordaron. Es absurdo querer controlar lo incontrolable, que es la vida. Hice la broma de decir “voy a lo loco”, sin planes, sin billetes,… pero en realidad eso significaba “voy a la VIDA”, puesto que eso es lo único real. Todo lo demás son planes, ideas, fantasmas,…

Conseguí llegar a Astorga unas cuantas horas más tarde y cuando entré en la Catedral me encontré con esta frase en una agenda que vendían en la tienda: “La línea recta pertenece al hombre, la curva a Dios”. Y si seguís leyendo, observaréis que el mensaje no podía ser más claro. ¡Agarrarse que vienen curvas!

Partí al día siguiente rumbo a Foncebadón. LLevaba unas mallas que me llegaban a la mitad del gemelo y a pesar de ser muy blanquita de piel y de la experiencia del golpe de calor del último Camino, no me eché crema protectora (aunque esta vez al menos llevaba gorra). Eran las cuatro de la tarde, un sol abrasador y el terreno castellano seco. Subía una cuesta empinada, más sola que la una y entonces me llegó la gran pregunta: “¿Para qué narices estoy haciendo el Camino?”

Se hizo un silencio en todo mi ser. No tenía ni idea. Y ahí estaba chamuscándome en medio de la nada y sin saber para qué.

Cuando llegué al albergue, me di una ducha y fui a comprar crema protectora. Los gemelos empezaban a estar colorados.

Al día siguiente los gemelos estaban incandescentes y la quemadura era considerable. Así que me puse un pañuelo a modo de falda para protegerles del sol porque llevaba los mismos pantalones del día anterior.

Al bajar una cuesta con una gran pendiente y con un dolor inmneso en las piernas, pegunté: ¿A ver Señor, de qué va esto?

La respuesta fue clara: “Esto va de que si no te pasan estas cosas, no conectas contigo ni sabes quién eres. Preguntas que para qué haces el Camino. Pues para saber quién eres porque si no, no te enteras”

Ya llevaba medio día andando, eran las 3 de la tarde, asada como un pollo, con unos dolores indecibles en las piernas y de repente, divisé un río bajo un puente romano, con una pradera verde y una iglesia de piedra preciosa. Y me salió de lo más profundo de mi alma: “¡ESTO ES EL PARAÍSO!”.

Había llegado a Molinaseca. Mi paraíso.

Hice una parada para comer, refrescar las piernas y estaba alucinando con la belleza y la frescura del pueblo. Pero…. “mi plan” era llegar a Ponferrada. Así que a pesar de estar en el paraíso, como no se encontraba entre mis planes, me puse en marcha sobre las 4 y media para hacer los 8 kilómetros que me faltaban hasta Ponferrada. En ese trayecto las piernas parecían que iban a explotar y volví a sentir las sensaciones del golpe de calor. Llegué casi arrastrándome a Ponferrada, fui al albergue que había reservado y tras la ducha acudí urgentemente a la farmacia donde no daban crédito del grado de quemadura de mis piernas.

Estaba destrozada, física y anímicamente. Me fui a cenar sola. Este es otro de los grandes temas de este Camino, estuve prácticamente sola, sin grupo ni gente casi todos los días.

Y hablando con mi amiga Gema por teléfono, me sugirió que por qué no me iba al día siguiente a Molinaseca, ya que me había fascinado tanto. Lo primero que pensé fue que menuda locura porque ya me rompía el esquema de etapas. Pero lo dejé reposar y al día siguiente cuando amanecí, decidí que me volvía andando a pasar el día en Molinaseca.

Aquí fue donde de verdad empezaba el Camino con mayúsculas.

Comencé a andar en sentido inverso al de la mayoría y un peregrino me preguntó: “Are you lost?” y yo contesté: “No (me acabo de encontrar)”.

Al salir de Ponferrada vi un precioso mural que cubría toda la fachada de una casa y ponía “Sin cambios no hay mariposas”. El día anterior ni lo había visto porque iba obsesionada con llegar a Ponferrada.

Ese día en Molinaseca lo disfruté al máximo. Estaba en el paraíso.

Al día siguiente abandoné Molinaseca y me daba un poco de pena pero me di cuenta que me estaba apegando a un sitio y que el paraíso no era un lugar sino un estado del Ser. Esta frase se la había escuchado mucho a Gema pero aún no la había interiorizado.

Volví a andar los 8 kilómetros hasta Ponferrada. Esa fue mi etapa porque las piernas iban vendadas y no daban más de sí. Esa tarde sentí un gran pánico dentro de mí. Quería abandonar el Camino por miedo al miedo. En Ponferrada tenía un tren que me llevaba a casa y si seguía andando era como meterme en la boca del lobo. Me decía que no me gustaba andar, ni el monte, que ya había aprendido lo que necesitaba y que seguir era forzarme porque había idealizado el Camino y la realidad es que estaba cansada, dolorida, quemada y sola, y me quería ir a casa a estar a gusto… pero la verdad es que quería estar a salvo.

Por eso no abandoné. Para no volver a huir de mis miedos. Así que decidí que al día siguiente llegaría hasta Cacabelos, a pasito bebé y observaría qué pasaba. Sin expectativas.

Estaba haciendo la etapa Ponferrada-Cacabelos y ya era la una del medio día, el sol empezaba a picar, era mi criptonita. Así que en Camponaraya entré en una iglesia, me senté en un banco y mirando al cristo crucificado, me puse a llorar y le dije: “¡estoy agotada!”.

Al salir de la iglesia entré en un bar y ahí me esperaba un regalo divino. Un piano. Volví a emocionarme. Le pregunté al camarero si me dejaba tocar y accedió. Los lagrimones ya me desbordaban. Tocar mi canción favorita me reconfortó y me dio fuerzas para seguir porque mira lo que me habría perdido por miedo. Encontrar un piano en el Camino y que te dejen tocarlo no es muy habitual.

La siguiente etapa fue de Cacabelos a Villafranca del Bierzo. Esto para mí era ir muy, pero que muy, lenta. Pero era lo que mi cuerpo me permitía ya que tenía las quemaduras de los gemelos y un tobillo tocado. Allí me encontré con un matrimonio al que había juzgado el primer día porque a los 10 kilómetros de etapa ya se habían parado a hacer noche y ahora cosas de la vida, habíamos llegado al mismo tiempo a Villafranca.

Estaba claro que mi ritmo real es más lento que mi ritmo ideal. En el Camino y en la Vida.

Iba avanzando poco a poco y mi meta era llegar a O´Cebreiro. Cada día andaba pensando que no había que llegar a Santiago, que O´Cebreiro era mi destino.

La siguiente etapa fue Villafranca- Las Herrerías.

Al andar entre las paredes inmensas de la montaña que se había abierto en dos para dejar paso a la carretera, comencé a sentirme muy pequeñita, y tuve un poco de claustrofobia, sentía sudoración en las manos, mucho agobio, quería huir. Y entonces me dije “sigue caminando, sigue caminando”. Comencé a pensar en las personas que me querían y me puse la meta de llegar a Vega de Valcarce. Y al final esa sensación pasó. Todo pasa. Es solo cuestión de tiempo y de seguir, no huir. Me di cuenta que soy más fuerte de lo que creo si acepto mi vulnerabilidad.

En Vega llegué a un albergue y no había sitio pero ahí fue donde conocí a mi ángel del Camino. María, la regente del albergue, con unos ojos azules preciosos y dulce como ella sola, me dijo que no había sitio y yo me desplomé y comencé a llorar. El agobio, el cansancio, la soledad,… necesitaba soltarlo todo. Ella me dio unos pastelitos de chocolate caseros y el contacto de otro albergue en Las Herrerías. Pero sobre todo, me dio cariño, mucho cariño. Era un auténtico ángel en la Tierra.

Cuando llegué a Las Herrerías fue otro paraíso. Conocí a Bill “el Texano” en el albergue y me dijo que transmitía mucha paz. Imaginé que era la paz que surge cuando has vencido tus demonios o al menos has sido capaz de caminar con ellos de la mano.

Durante esa etapa no había llamado a nadie, ni cuando sentí la claustrofobia porque tenía la certeza de que de nada servía el apoyo externo en ese momento, todo dependía de mí. Esa noche, después de 7 días (que se dice pronto) compartí mesa con alguien y me sentí super a gusto. Había fiesta en el pueblo, bueno, en la calle que es Las Herrerías y había una pequeña orquesta. Acabé bailando, riendo y sintiéndome en compañía pura y limpia.

A la mañana siguiente estaba nerviosa porque iba a ser mi última etapa, ya que mi meta era O´Cebreiro. Inicié el ascenso con Bill y otra chica pero después les dije que prefería caminar sola.

Cuando estaba a 2,5 kilómetros de O´Cebreiro, me senté en un lado del Camino, rodeada de olor a caca de vaca (bueno, no solo era el olor, porque físicamente también estaban los excrementos), y de repente, comencé a llorar desconsoladamente. No quería llegar a O´Cebreiro. Con todo lo que me había costado, con todos los momentos que había pasado en los que pensaba que no sería capaz y ahora que estaba a unos kilómetros… no quería llegar.

Aquí fue donde realmente comprendí en todo mi ser que “LA META ES EL CAMINO Y NO EL LLEGAR”

Cuando llegué a O´Cebreiro no sentí ni la mitad de emoción que a esos 2,5Km de distancia. No era el sitio sino lo vivido hasta llegar ahí.

Mi idea era quedarme en La Venta Celta, un hotel, con habitación para mí sola y baño en su interior. Vamos, todo un lujo. Fui con la mochila y cuando me enseñó la habitación, sentí que ese no era mi sitio, que no quería estar ahí. La pobre señora tuvo que pensar que desvariaba.

Cogí la mochila y me fui al albergue público. Una habitación compartida con otras 20 personas, colchones envueltos en retales de telas, muelles duros, duchas en hilera,… sí, ahí es donde quería estar.

Tras ducharme fui a comer el que creo que ha sido hasta la fecha el mejor caldo gallego que he probado en mi vida. Después me dirigí a la iglesia, me senté en el primer banco y me puse a llorar. Y le dije a Dios: “bueno, aquí estoy. He llegado. Con lo que me ha costado, tendrás algún regalo para mí, ¿no?”

Cerré los ojos y me vinieron dos palabras a la cabeza: “Fé. Confía.”

Cuando conseguí parar de llorar me levanté y me dirigí a la entrada y le pregunté a un chico moreno si sabía si había confesiones. Y me contestó que él podía confesarme, que era cura, pero me preguntó si sería muy largo porque partía en breve a Tierra Santa. Le respondí que no, que era una confesión básica.

De este modo, accedió a confesarme. Me preguntó si me importaba que no se cambiase ya que iba vestido de calle. Le miré y le dije: “¿has visto mis pintas? Creo que la vestimenta me da igual”. Así que nos sentamos en dos sillas y ahí comenzó mi confesión con Fray Francisco. Le narré todo lo que había vivido en los últimos días, mis miedos, mis sentimientos,… fue un compartir a corazón abierto.

Recuerdo sus palabras. “Adelante, adelante. Siempre con fé. Lo que has vivido es real, descansa para colocarlo. Estás en O´Cebreiro, un punto alto en la montaña, que es una antena donde puedes recibir mucha energía.”

Al acabar le pregunté si tenía que rezar algo, vamos, lo normal. Pero en este caso no hubo penitencia. Fray Francisco fue a la sacristía y me trajo una piedra negra con una flecha amarilla dibujada, y a los pies del altar me dio la bendición del peregrino y me dijo que la piedra era mi VIDA y la flecha que me guía es el AMOR.

No podía parar de llorar. Me acompañó a la entrada y me regaló una guía de 7 días con pensamientos para el Camino y un libro escrito por él, llamado “La vida es amable” y en su dedicatoria me puso: “El amor es la luz que guía tu caminar. Paz y Bien, Adela: La vida es un tesoro que está en tus manos. Tu corazón es sabio. El Amor es la clave. ¡Ultreia e Suseia!”

Salí de esa iglesia como ida, sentía una percepción de la realidad como distorsionada, es una sensación que me es complicado de describir. Me sentía con las emociones a flor de piel pero al mismo con una sensación de liviandad muy potente. Estaba al lado del cementerio y en ese momento justo me llamó Gema por teléfono. Me gustó poder compartirlo con ella y eso que lo más que hacía era llorar. Era una sensación de plenitud sin razón. Iba a ser verdad lo de la antena de O´Cebreiro.

Después acudí a la misa del peregrino donde ya no estaba Paco pero el cura que celebró la misa dio una piedra a todos los peregrinos que ahí estábamos y yo me guardé esa segunda piedra para dársela a Gema.

A la mañana siguiente cuando salí del albergue vi el más bello de los amaneceres. Un mar de nubes que se fundían con la montaña. La conexión cielo y tierra delante de mis ojos. Todo era precioso, mágico.

Como se suponía que había llegado a mi meta, no tenía nada planeado. Pregunté en un albergue privado para quedarme otro día más allí pero estaba lleno. Así que me fui a desayunar y ahí decidí que iba a seguir caminando, ya sin meta, solo caminando.

Ese día coincidí con un padre y sus dos hijas que había visto en O´Cebreiro y compartí un día fabuloso con ellos. Me sentía con una plenitud y una paz inmensa.

Al llegar a Triacastela, me apresuré para ir a la misa. Pero al entrar vi que la estaban dando entera en francés  y me salí porque no me estaba enterando y no había sentido la emoción del día anterior. Me dí cuenta que no quería tomar la “espiritualidad” como otra etiqueta. Como se suele decir “el hábito no hace al monje”.

Al día siguiente quise seguir caminando y llegué a Sarria. Volví a las andadas de comenzar a pensar planes y combinaciones para llegar a Santiago pero decidí descansar y ver si al día siguiente quería continuar andando.

Por la mañana vi que quería un día más de Camino así que partí rumbo a Portomarín. Mi primera parada fue en un bar en Barbadelo. Compré una postal y unas pulseras y les escribí al padre y las dos hijas lo que sentía que quería transmitirles. Amor, Alegría y Fuerza. Se lo dejé en un sobre en el bar y les mandé un mensaje al móvil para que supieran que cuando llegasen a ese bar tenían una cosa para ellos.

Continué andando y tuve la sensación de que los animales me hablaban. Vi un perro enorme acercarse corriendo hacia mí, y soy veterinaria por lo que no me asustan, pero sentí miedo. El mensaje era “cuando el miedo venga corriendo hacia ti, no te asustes, sigue caminando y déjale que pase. No huyas, no te apartes.”

El caballo me transmitía fuerza, el burro la dulzura, la granja de cerdos la histeria que se vence con la Esperanza, la Fe.

Sentía que toda la parte de mi mundo externo estaba en paz porque yo estaba en paz.

Comenzó a chispear al llegar a Morgade y me metí en un sito muy acogedor de piedra y madera a tomar un cola-cao y un trozo de tarta de Santiago. Leí un capítulo del libro de Paco (Fray Francisco) en el que explicaba que cuando hizo el Camino iba rezando el rosario. Me pareció curioso pero bueno, algunos van con música, pues los curas van rezando el rosario. Me sentía muy agradecida. Pregunté si había habitaciones pero estaba todo ocupado así que continué andando y me puse a rezar el rosario contando con los dedos. La verdad es que hacía compañía.

Cuando estaba sola en medio de un camino estrecho, comenzó a llover intensamente así que me resguardé debajo de un árbol hasta que pasó la nube. Entonces volví a andar y de repente sentí como una especie de pitido en los oídos y una sensación como de vacío mental. Entonces, miré al cielo y alrededor. Estaba sola y lo que se me ocurrió fue decir en alto: “¿María? ¿Estás ahí?” Era como si hubiese vivido un momento “radio María”. No lo puedo explicar, lo sentí. A los pocos pasos, se acababa el Camino y llegué al asfalto y me encontré pintado en el suelo con una pintura amarilla un corazón enorme que en su interior ponía “Corazón María”. Todo tenía sentido.

Finalmente llegué a Portomarín a las 6 de la tarde y era la primera vez que no había reservado albergue. Se supone que en estas fechas de agosto y en este tramo del Camino es muy complicado que haya camas y encima llegando a esas horas de la tarde (tan poco “peregrinas”). Pero llegué al primer albergue que vi y… había una cama.

Aprendí que siempre hay una cama para mí. Confía.

Tras ducharme me di cuenta que había perdido la piedra de Gema. Sé que era la suya porque la llevaba en un sitio diferente a la mía. Uno de los ejercicios que proponía la guía del Camino que me había dado Fray Francisco era coger una piedra al inicio de la etapa y soltarla al final. Yo lo había estado haciendo los dos últimos días y es cierto que había sentido un poco de apego al soltarla al final de la etapa. Pero cuando me percaté que había perdido la piedra de Gema me sentí muy triste. Decidí que le iba a dar la mía, la que me había dado Paco en ese momento tan especial. Me dolía pero veía que no valía de nada ir soltando piedras que casi no me importaban, el valor residía en soltar lo que me dolía. MI piedra.

A la mañana siguiente pensaba coger un autobús a Lugo para de allí ir a Santiago. Pero desayunando se me ocurrió que tal vez me había podido dejar el monedero con la piedra de Gema en el bar de Mogarde. Les llamé y en efecto, allí estaba mi monedero con la piedra dentro. Estaba a 10 kilómetros, así que cambié de planes y de nuevo volvía a hacer el Camino “al revés”. También me di cuenta que había perdido las gafas nuevas de sol, que resultaron estar en el bar de Barbadelos. Todo apuntaba a que me iba a hacer la etapa entera de nuevo.

Fue gracioso porque la familia del padre y sus dos hijas fueron los que me dieron el monedero porque les avisé y ellos pasaron por el bar antes de que yo llegase. Pensé que no les iba a volver a ver tras haberles dejado la postal. Fue una lección preciosa de amor, de cuando das, recibes.

Continué andando hacia Sarria para recuperar mis gafas. Al ir “contracorriente” me percaté que algunos peregrinos cuchicheaban que iba al revés, que si estaría haciendo otro Camino. Un peregrino me preguntó si él iba bien por ahí ya que le extrañaba que yo fuera en sentido inverso, y yo le contesté: “Depende de a dónde quieras llegar”.

No hay Caminos incorrectos, cada uno tiene el suyo.

Al llegar a Barbadelo estaban mis gafas esperándome. Finalmente hice noche en Sarria para al día siguiente coger el tren a Coruña y de ahí a Santiago. Sentía que el tiempo de Dios era perfecto. Mi tiempo en el Camino fue el justo y necesario, ni un día más ni un día menos.

Al día siguiente fui por la mañana a visitar la Catedral del Apóstol. A la imagen del Santo le estaban pasando la ITV y estaba rodeado de andamios. Había mucha gente esperando para darle el abrazo pero yo no sentía esa necesidad. Me aparté a rezar sola y toqué una de las columnas. Al mirar hacia arriba tenía delante de mí la imagen de un pez cincelado en la roca. Al comparar mi visión de la cola para dar el abrazo y mi mano en la piedra, sentí que Dios está donde le da la gana y no donde “creemos que tiene que estar”.

Ese día comí con una buena amiga de Santiago y al día siguiente volví a Madrid. En Paz.

  1. QUINTO CAMINO. MOLINASECA.

Era finales de julio de 2020 y de nuevo volvía a estar sin pareja y sin planes de vacaciones. Tenía en mi cabeza todos los recuerdos de los momentos tan potentes que había vivido el año anterior. Molinaseca era mi paraíso. O´Cebreiro y Fray Francisco eran energía y conexión con algo indescriptible. Quería volver a sentir lo mismo, reproducir un sentimiento. ¡Qué ingénua!

Este año la pandemia de la COVID-19 ya estaba presente y no tenía muy claro cómo estaría el Camino. Hablé con el albergue de Molinaseca y reservé para 3 noches con la idea de pasar allí unos días. También reservé en un hotelito en O´Cebreiro y hasta creo que miré luego uno en Finisterre.

No me daba cuenta de la incoherencia que estaba planeando. Parecía que no había aprendido nada de los Caminos anteriores.

Cogí el tren de Madrid a Ponferrada y luego un taxi a Molinaseca. Cuando en Chamartín vi mi reflejo en un cristal con la mochila, me dije: “¡Qué chulo! Voy de peregrina”.

Y así es como iba. Llevaba el disfraz de peregrina, pero la actitud de una auténtica peregrina me la había dejado en casa.

Al llegar a Molinaseca se me cayó el alma a los pies cuando vi que el caudaloso río estaba seco porque no habían permitido que se llenase para evitar los baños por la pandemia.

En el albergue me dijeron que a las 10 de la noche cerraban y que a las 8 a más tardar tenía que estar fuera. Me quedé horrorizada porque a mí me apetecía disfrutar viendo el cielo estrellado sin prisas y por supuesto, no me atraía para nada la idea de madrugar, ya que me iba a quedar tres noches allí.

Quería estar de vacaciones pero viviendo una película de peregrina.

Esa misma noche, estaba ya a las 22:30 en el saco, muerta de calor y me sentía encerrada. Atrapada en mis ideales, en mi incoherencia.

Así que a la mañana siguiente le dije al dueño que abandonaba el albergue y me iba a Ponferrada. Iba a ir en taxi pero él se ofreció a llevarme en coche. En ningún momento se me pasó por la cabeza andar, y eso que llevaba toda la equipación. Pero claro, era solo un disfraz.

Volvía a estar en Ponferrada sola, agobiada, con ansiedad, miedo y con mucho calor. Era lo mismo que había vivido el año anterior, esto sí que se reprodujo. Un auténtico déjà vu pero de la parte más desagradable. Aunque tal vez eso era lo que tenía que aprender y por eso el escenario se repetía.

Escribí a Fray Francisco para saber si iba a estar en O´Cebreiro pero no me lo aseguró.

Volví a hablar con Gema, tal y como había hecho el año anterior y me serenó.

Había comprado un billete para ir a las seis de la tarde a O´Cebreiro en autobús y eran las cuatro. Mi cuerpo me pedía a gritos una ducha y descansar. Así que me rendí. No sucumbí al omnipotente O´Cebreiro. Me costó reconocerlo. Quería volver a casa pero en esta ocasión no era para huir sino con la intención de parar y ver qué era lo que en realidad quería hacer y actuar en coherencia.

Busqué un hotel y miré billetes de tren para volver a Madrid al día siguiente.

Por supuesto, en Molinaseca había comprado mi credencial y llevaba el sello del Señor Oso, el albergue en el que pasé esa noche. Esta credencial con un único sello la tengo en una estantería en el salón de mi casa. Fue un Camino de a penas tres días entre idas y venidas, sin andar más que de la estación al taxi y con un aprendizaje más grande que si hubiese recorrido 500 kilómetros a pie.

La felicidad no me la da una persona o un sitio sino lo que yo lleve dentro o construya con esa persona o en ese sitio. Y tengo claro que el Camino no es un “plan seguro”, un comodín. La actitud sincera y querer hacerlo de corazón es la clave para no corromperlo.

Este año al final me fui de vacaciones A Coruña sola una semana. No iba disfrazada de peregrina pero sí con la actitud. Estando allí recibí con sorpresa la llamada de Fray Francisco con el que jamás había hablado por teléfono desde que le había conocido el año anterior. Yo que había estado idealizándole igual que a Molinaseca pero que al final me había rendido para no continuar en busca de ideales y sin esperarlo es el quien se acercó a mí.

Me preguntó que cómo estaba. Y le dije: “En Paz”.

¡BUEN CAMINO!

Madrid, 8 de diciembre de 2020