Tengo 81 años. Me jubilé en el 2002 y atendí a mi madre enferma hasta el 2004. En 2006 decidí llevarme a mi sobrina nieta de 15 años a hacer un seminario en O Grove y, desde allí, un fin de semana fuimos a visitar Santiago. En el Obradoiro vimos la emoción de los peregrinos que llegaban y las dos dijimos queríamos conocer esa sensación. Era el mes de julio y en agosto ya hicimos el Camino desde Tui. No pensamos en nada, fuimos a Decathlon, compramos las mochilas, nos fuimos a Tui y ¡a caminar! Ninguna de las dos habíamos caminado nunca, ni 5 ni 10 kilómetros, pero no tuvimos ningún problema y disfrutamos de una forma muy especial. Y la llegada al Obradoiro… ¡ni te puedes imaginar cómo lloramos!

Dos años después me llevé al hermanito de esa niña a hacer conmigo el Camino Inglés desde Ferrol, tenía 10 años. Después de esa experiencia, cuando regresó a su colegio de maristas en Valencia, les propuso a sus profesores hacer el Camino. Uno de ellos le preguntó que cómo se le ocurría… pero finalmente al año siguiente lo hicieron desde Ourense hasta Santiago.

En 2007 decidí hacer el Camino desde Roncesvalles, en mayo, coincidiendo con mi cumpleaños. No terminé ese Camino, vino conmigo una amiga que lo dejó en Pamplona, yo continué hasta Carrión, pero allí cogí un catarro muy fuerte con mucha fiebre y tuve que volver a casa. Pero a mediados de junio lo retomé y lo terminé y, después, continué recorriendo el Camino con frecuencia, iniciándolo y terminándolo desde muchos sitios diferentes, las cinco últimas veces desde SJPDP.

Ahora tengo roto un menisco, por eso este año caminé menos. Me ocurrió en 2014 en el Camino y como consecuencia estuve algunos años mal, por eso ahora solo puedo hacer el Camino en etapas más breves, como me permite la rodilla: un día 20 kilómetros, otro 10 o 5 y al siguiente 25. Pero entre Arzua y Santiago me gana el deseo de llegar a Santiago y, algunas veces, salgo a las 6:30 y cuando llego a Pedrouzo pueden ser las 1130 o las 12 y, después de una cerveza, no puedo parar y llego a Santiago. Mi problema de menisco no tiene arreglo, pero no abandono. Lo cierto es que cuando voy al médico llevo una flecha del Camino y, si el médico conoce el mundo del Camino, me ayuda más. Avanzo despacio y así puedo seguir caminando.

No soy la misma de antes del Camino. He trabajado 42 años en Iberia, viajaba en avión y tras mi jubilación, con una buena pensión, vivía muy bien con amigos, teatros, museos… Pero desde que descubrí el Camino toda mi vida cambió. No más aviones, sino Camino, botas y mochilas. Añadí incluso un nuevo círculo de amigos, porque en el Camino hay un idioma distinto, la sonrisa y el gesto, no hay límites, y de una experiencia así surgieron mis nuevos amigos, muy diferentes a los anteriores. Nada tiene que ver con mi vida anterior.

En 2008 o 2009 comencé también a trabajar como hospitalera. Cada albergue es distinto, el albergue despende un poco del hospitalero, del ambiente que se crea allí. He repetido en muchos albergues: Viana, Bercianos, Tardajos, Carrión… También estuve una vez en el Camino de Madrid. Como hospitalera aprendes muchísimas cosas, por ejemplo, a no prejuzgar, porque todos, aunque no queramos, prejuzgamos.

Entrar en el mundo de los hospitaleros es muy duro, pero, como te decía, aprendes mucho y además vives momentos muy intensos. Tengo miles de historias, he escuchado miles de historias en los albergues.  Escuchas cosas muy duras, historias terribles, dramas humanos… pero también otras historias alegres y divertidas.

El Camino es otra dimensión, uno se desinhibe, todos vamos vestidos igual, no hay razas, ni diferencias. El Camino es una dimensión paralela. Lamentablemente, he experimentado acercarme a una persona que sufre o llora en una ciudad como Madrid y ofrecer mi ayuda, encontrándome con la respuesta: “y a ti, ¿qué te importa?” En el Camino algo así es imposible, no ocurre eso.

El Camino es además un modo de sentirse mejor, recuerdo cuando murió una prima que para mí era como una hermana, tras pasar meses con ella y sintiéndome todavía mal dejé Madrid y me vine a Santiago y a Finisterre. Me sentí mejor.

Mi intención es seguir caminando y trabajando como hospitalera. En agosto estaré primero en Tardajos y a finales en Carrión de los Condes. Siempre y cuando esté en condiciones continuaré, no quiero estar de hospitalera de visita, quiero estar al 100 %. Te levantas a las 6 de la mañana, dejas los baños brillantes… y ofrecer la atención quieres dar a los peregrinos. Se trabaja mucho, pero yo quiero hacerlo así, al 100%, prefiero una semana de ese modo a quince días de otro.