La primera vez que fui a Santiago fue fruto de algo así como “donde vas Vicente, donde va la gente”, me apunté a lo que hacían todos y lo hice mal. Pero en el Camino de Santiago siempre hay algo que te marca y también entonces lo hubo.

Aquel viaje fue en coche, con mi marido, seguíamos la ruta y nos dirigíamos a Santiago, porque lo que queríamos era llegar a Santiago. Pero un día, recuerdo que estaba lloviendo y yo escuchaba a mi marido renegando y quejándose del tiempo para conducir, cuando me sorprendió ver a un señor avanzando en silla de ruedas, venía desde no sé dónde y había al menos diez peregrinos a su lado ayudándolo. Me impresionó lo que vi y también el contraste con nuestra situación y quejas, pensé que tenía que hacer el Camino, recorrerlo de otra manera. Hará unos 24 años y muchos caminos de aquella experiencia.

Poco después comencé mi primer Camino a pie, lo hice con mi hermana y una amiga alemana, llevábamos un coche escoba, pero caminábamos. En ese Camino, hace unos 20 años, descubrí ya algo muy importante para mí: muchas veces me iba sola, caminaba delante y me encontraba sola en el Camino. Fue en esos momentos cuando me di cuenta de lo que es el Camino, porque cuando vas sola es cuando verdaderamente te ves como persona, te ves por dentro, te vas descubriendo un poco. Ahí estás tú, para hacer tu camino, para hacer lo que te gusta, para entrar dentro de ti, para salir de la ciudad, para salir del ruido, para escuchar el silencio, para darte cuenta de que en las capitales somos robots. Llegas al Camino, estás andando y dices: yo tengo que organizar mi vida de otra manera, tengo que quererme un poco y organizar mi vida a mi modo.

Más tarde me hice miembro de la Asociación de Amigos de los Caminos de Santiago de Valencia, mi marido y yo. Ahí te das cuenta que el Camino no es sólo la semana que andas, el Camino es todos los días. Empecé a hacer el Camino con la Asociación cada año y se crearon lazos muy importantes. Lo que compartes hace que te encuentres más unida a esas personas, tenemos cenas mensuales, una relación muy sana.

Ahora tengo 80 años y acabo de hacer el Camino Inglés, después de una enfermedad y una operación grave. Pero tenía que venir porque, cuando todavía estaba muy mal, tenía siempre el Camino en el horizonte y eso me empujaba a mejorar, me hacía tomar un paracetamol y salir a caminar para llegar a estar bien y poder ir al Camino. Es un deseo muy fuerte el que te da el Camino.

A mi marido y a mí el Camino es lo que nos hace tener todavía una viveza y una forma física, salimos a andar y nos cuidamos para el Camino. Después de mi enfermedad, pensaba que no podría caminar, pero el primer día ¡ya hice 15 kilómetros! Me di cuenta de que las limitaciones te las pones tú misma. Yo misma me sorprendí. Las personas enfermas que caminábamos en mi grupo de la asociación teníamos etapas breves, de 12 ó 15 kilómetros y no tuve ningún problema, de hecho, el segundo día ya descubrí que utilizar la palabra “válida” no es necesario, no tengo que poner en duda que puedo hacer las cosas, puedo ponerme el freno de los años, pero llegar llego a todos los sitios.

He hecho muchos Caminos: con la Asociación, con amigos, con parientes, también un muy especial con uno de mis nietos, en el que íbamos mucho tiempo solos hablando de todo. De ese Camino con mi nieto recuerdo algo que me conmovió mucho, fue al llegar de regreso a Valencia, recuerdo que él colgó en las redes sociales: “he hecho el camino de Santiago con mis yayos, la mejor experiencia de mi vida”. ¡Todavía me emociona recordarlo!

Otro nieto mío ha hecho el Camino hace un par de años con sus amigos. Los jóvenes me oyen hablar del Camino, ven mis fotos y les transmito mi deseo. Pero hace poco a mis nietos y sus amigos un Camino les salió mal, no reservaban y al final tenían problemas para alojarse… No fue una buena experiencia, pero… ¿Qué tendrá el Camino que, aun así, quieren volver?

Pensando en lo que me ha ocurrido con este Camino, recuerdo también que cuando tenía unos 70 años solía decirle a la presidenta de la Asociación con la que caminaba que tenía muchas dudas de poder hacerlo, que no sabía si podría caminar… Como ahora tras mi grave enfermedad, también entonces tenía dudas, pero siempre lo hice. Creo que esa es una gran lección del Camino y algo que querría transmitir: que te das cuenta de que los límites te los pones tú sola. Es algo que tienes que superar y el Camino te ayuda. Mi experiencia es esa, que siempre hay miedos pero que al final siempre los supero.

La mejor prueba de lo que digo es recordar que hace un año estaba enferma y había perdido 20 kilos, estaba fatal… ¡pero ya ves ahora! No hay que ponerse límites, hay que trabajar todo el año haciendo lo que puedas para al final poder disfrutar. No se puede decir no puedo nunca, y al final tienes una satisfacción personal increíble. Mis nietos me dicen de todo, me llaman heroína, crack, campeona… Porque a ellos todo les cuesta, no saben andar, todo lo hacen en coche o moto. En el Camino descubren que se puede andar y que las piernas se tienen para andar. Yo siempre les digo a quienes no tienen experiencia: Es muy fácil, primero echas un pie y luego el otro, y llegas así a Santiago.

Querría también explicar que soy una mujer religiosa, católica, ese aspecto es importante en mi relación con el Camino. Pero mi mensaje o enseñanza del Camino es el que ya he comentado: que se puede, ¡se puede! Es verdad que querer es poder, porque es una cuestión de deseo, tienes el deseo de ser capaz. Lo que hace una persona, lo puede hacer otra, a unos les cuesta más tiempo y a otros menos, pero al final lo haces.