Desde hace casi mil años la concha es utilizada como “signum peregrinorum” o emblema de peregrinación. Podríamos decir que es uno de los logos con más éxito de la historia, pues conocemos bien su uso desde, al menos, el siglo XII.

Su utilización como signo de peregrinación cumplida no fue el primero ni el único. La concha ha tenido muchos usos paganos y cristianos a lo largo de los siglos, pero sería durante la Edad Media cuando su multiplicidad de usos se disparó: en la heráldica, como escudos de armas de Santiago, de su catedral, ciudad y peregrinos.

La concha fue adoptada por aquellos que llevaban su nombre, así como por quienes recorrían sus caminos, cubriendo de vieiras las fachadas de sus palacios, sus escudos de armas, las lastras de sus sepulcros.

En su origen, durante la antigüedad, la significación pagana otorgada a las conchas fue desde signo o símbolo del amor  a talismán para proteger contra el mal de ojo, la magia y, en general, contra las enfermedades. También en la antigüedad, a comienzos del cristianismo, la concha tuvo usos religiosos, fundamentalmente de carácter bautismal o funerario, si bien el aspecto bautitsmal era el principal ya que en los ritos funerarios la concha era utilizada como símbolo de resurrección.

Respecto a su utilización en el mundo de las peregrinaciones, los primeros ejemplos del uso de la concha se remontan a comienzos del siglo XII. Entre las representaciones artísticas, la crítica destaca el relieve del portal occidental de Autun, en cuyo tímpano dedicado al Juicio Final la concha comparece sobre las esportillas de dos peregrinos como símbolo de resurrección. Para entonces, y coincidiendo con la Edad de Oro de las “peregrinaciones mayores”, el papel de la concha como emblema jacobeo ya se habría consolidado.

La concha fue utilizada como souvenir o como signum peregrinorum, la concha pecten maximus que era vendida por mercaderes en las numerosas tiendas de la ciudad de Compostela, para ser cosida por los peregrinos sobre sus ropas y sombreros. Sin duda, esta invención fue una de las mejores que ha producido el marketing europeo medieval, invención que seguramente podemos atribuir al arzobispo Diego Gelmírez o, al menos, a su círculo.

El Códice Calixtino, compilado en las primeras décadas del siglo XII, se refiere en sus textos a la concha “vieira” en tres ocasiones, referencias que le otorgan significados diferentes.

La primera referencia del Calixtino recuerda todavía los usos paganos y antiguos de la concha. Se trata del milagro 12 del segundo libro o Liber miracolorum, donde la curación de un cruzado es atribuída a su contacto con una concha, como si se tratase de un amuleto capaz de curar o prevenir enfermedades.

Las otras dos referencias aluden a la función de la vieira como emblema jacobeo. Una de ellas pertenece al célebre sermón Veneranda dies y la tercera en el libro V de Códice, conocido como guía del peregrino, en el que se nos cuenta el importante comercio de conchas que ya entonces existia en la ciudad de Santiago.

La importancia de la venta de conchas en la ciudad medieval merece un comentario más extenso. Probablemente en su origen habría utilizado conchas naturales, verdaderos moluscos recogidos en las playas de la cercana costa atlántica, pero con el paso del tiempo las tiendas de Compostela habrían comenzado a vender reproducciones, sobre todo de metal y de azabache, ocupaban una parte importante del enorme mercado de objetos piadosos del siglo XII.

Respecto a la causa o motivo de la elección de la concha como símbolo de peregrinación cumplida y, en particular, de la peregrinación a Santiago, las hipótesis son numerosas, pero nos inclinamos por dar aquí una muy cercana al sentido común. La concha era un objeto que podía ser recogido en gran número sin coste alguno muy cerca de Santiago, en la costa que en tiempos de Gelmírez formaba parte de la Tierra de Santiago. Como hemos visto, se trataba de un objeto emblemático desde la antiguedad, además de natural y orgánico como la otra insignia de peregrinación que por entonces se utilizaba: la palma que los peregrinos y cruzados traían a su regreso de Jerusalén.